Diez años atrás, el 19 de enero de 2007, una bala disparada por un joven ultranacionalista turco de 17 años asesinó al periodista Hrant Dink, en la puerta de Agós, el semanario bilingüe armenio-turco que dirigía en Estambul. Dink, un referente de la minoría armenia en Turquía, a pesar de haber sido amenazado de muerte en numerosas ocasiones, no contaba con ningún tipo de protección y había sido condenado meses antes por un tribunal, acusado de “insultar la identidad turca” al referirse al Genocidio Armenio de 1915-23 en su publicación, contraviniendo el polémico artículo 301 del Código Penal.
La exposición de su cuerpo tendido durante horas en la calle, apenas cubierto por un trozo de papel, anticipó la actitud cómplice de la Policía, que lentamente fue confirmándose al revelarse las fotos del asesino posando victorioso delante de una bandera turca con los agentes que debían conducirlo al tribunal y al confirmarse -años después- las implicaciones del aparato de seguridad de Turquía en el asesinato del periodista armenio.
Diez años atrás, la conmoción que provocó el brutal asesinato de Dink despertó la reacción espontánea de los sectores más progresistas de la sociedad turca, que salieron por decenas de miles a las calles bajo la consigna “todos somos Hrant, todos somos armenios”. Esa multitud quebró para siempre el silencio en torno al Genocidio Armenio en Turquía, un tema tabú sobre el que Dink volvía una y otra vez, y demostró que era posible la cooperación de armenios y turcos en la lucha contra el negacionismo.
Su asesinato no se trató de un caso aislado, sino que condensó el clima de censura y represión reinante en Turquía en ese entonces, y obligó a varios intelectuales disidentes a huir del país, entre los que se encontraba el Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, también condenado bajo el artículo 301 por referirse en una entrevista al asesinato de armenios y kurdos.
Desde entonces la situación no ha hecho otra cosa que empeorar. El ánimo renovador que impulsó a la sociedad civil a manifestarse contra el autoritarismo y a favor de la democratización del país, fue reprimido por el gobierno y saldado con decenas de muertos en las calles y plazas de Turquía. La ola de represión posterior al sospechoso golpe de estado fallido de julio de 2016 arrasó con los movimientos sociales, proscribió a partidos y medios de comunicación opositores, recrudeciendo el autoritarismo y la concentración de poder en torno a la figura del presidente Erdogan.
Tras una década, las restricciones a la libertad de prensa, la censura a Internet y el encarcelamiento de periodistas y activistas han convertido a Turquía en “la cárcel más grande del mundo” para la prensa, de acuerdo a Reporteros Sin Fronteras. Más de cien periodistas permanecen presos en Turquía, lo que representa una cuarta parte del total mundial de reporteros encarcelados.
La situación de las minorías étnicas históricamente perseguidas, y a las que Hrant Dink intentó devolver una voz propia dentro de la sociedad turca, se ha ido deteriorando hasta el extremo: los asesinatos de sacerdotes católicos, activistas kurdas, ancianas y conscriptos armenios que se sucedieron durante los años posteriores a la muerte de Dink, han dado paso en el último año al ataque militar indiscriminado contra la población civil kurda. Pueblos y ciudades del sureste de Turquía han sido asolados por el ejército turco, en una sangría que ha traspasado fronteras, y donde el respaldo turco al autodenominado Estado Islámico y otras agrupaciones terroristas han prolongado la agonía en Siria.
En una lamentable reiteración, el décimo aniversario del asesinato de Hrant Dink coincide con la suspensión del diputado de origen armenio Garo Paylan, integrante del Partido Democrático del Pueblo (HDP por sus siglas en turco) por llamar por su nombre en el recinto al genocidio perpetrado por el Estado turco.
En momentos en que la represión y la censura recrudecen en Turquía, el legado de Hrant Dink cobra una mayor dimensión y nos pone frente a la necesidad de respaldar y proteger las voces que claman por mayor igualdad, mayor democracia y por poner punto final al negacionismo del Genocidio Armenio en Turquía. Es una deuda de honor que mantenemos con la memoria de Hrant Dink y que recordamos a una década de su asesinato, sosteniendo su lucha por justicia.
Consejo Nacional Armenio de Sudamérica
19 de enero de 2017