Entre el 27 y el 29 de febrero de 1988 Sumgait, una importante ciudad industrial de la entonces R. S. S. de Azerbaiyán, fue asolada por turbas fanatizadas que se agruparon y atacaron a los habitantes armenios, sin distinción de sexo o edad, en las calles y en sus viviendas. Centenares de personas fueron asesinadas tras haber sido golpeadas con armas improvisadas, torturadas y quemadas vivas. En el caso de mujeres y niñas, se produjeron violaciones. A la lista de atrocidades deben sumarse los cientos de heridos, muchos de los cuales quedarían discapacitados de por vida, y los destrozos y saqueos de las propiedades de los armenios residentes en la ciudad. Durante tres días, las autoridades azerbaiyanas instigarían y apoyarían estas vejaciones, y luego garantizarían la impunidad hasta nuestros días. Los pogromos continuarían en ciudades como Bakú, Kirovabad, y otras.
La actual República de Azerbaiyán no sólo niega estos hechos luctuosos, como lo hace con el Genocidio Armenio, sino que responsabiliza a las propias víctimas. Su diplomacia intenta instalar una macabra versión: armenios fanáticos asesinaron a sus compatriotas que no apoyaban el incipiente Movimiento de Nagorno Karabaj. En diferentes ciudades del mundo, en ocasiones con la complicidad de periodistas, académicos y políticos locales, ratifican que el gobierno de la dinastía Aliyev tiene una fuerte raigambre negacionista, y utiliza sus mecanismos ante diversos episodios históricos. A su vez, reactualiza hasta qué punto puede llegar la armenofobia y la incitación al odio por parte de las autoridades, hace 31 años los pogromos, hoy la inversión de los roles de culpables y víctimas.
Ser acusado de esta clase de delitos es de por sí un hecho de suma gravedad. Sin embargo, tal vez lo que más preocupe a Bakú no sea el señalamiento por las violaciones a los derechos humanos, que son moneda corriente. El premio Nobel de la Paz Andréi Sájarov afirmó: «Si alguien dudaba antes de Sumgait si Nagorno Karabaj debía pertenecer a Azerbaiyán, después de esta tragedia nadie puede tener el derecho moral de insistir en que debería hacerlo». Más de tres décadas después, la seguridad de los armenios en ese rincón del mundo sigue dependiendo de su capacidad de defensa, y la garantía de que sus derechos más elementales serán respetados sería el reconocimiento de la República de Artsaj.