Sobre los Protocolos que se firmarí­an entre Armenia y Turquí­a

¿Qué está sucediendo para que nuestros gobernantes tomen decisiones tan equivocadas que comprometen drásticamente el futuro, el devenir de los armenios, todos ellos herederos del gran Genocidio Armenio? ¿Cómo funcionan sus mentes, quienes en su compromiso con el pueblo armenio deberí­an afianzar con garras los derechos justicieros de la memoria de nuestros mártires pero hacen todo lo contrario?

Tenemos dolor en el alma porque no podemos soportar la idea al saber que no se está defendiendo lo que se perdió con la sangre de nuestros abuelos o bisabuelos, ni la sangre más joven derramada en la recuperación de nuestras tierras ancestrales de Karabagh. Estamos hablando de dolor en el corazón porque en la mesa de negociaciones, surge nuevamente, un revisionismo que pretende borrar de la memoria colectiva la muerte de más de un millón y medio de mártires armenios.
Aparece en los armenios una imagen elocuente sobre este protocolo, en donde la memoria ética e histórica que deberí­a estar siempre presente en la doctrina nacional del pueblo armenio, se está desvirtuando hasta llegar a peligrar el reconocimiento del Genocidio Armenio como crimen de lesa humanidad, junto a los derechos territoriales de Artsaj para ser libre.
Estamos enfrentados a una encrucijada en donde con la firma de este documento bajo una serie de condiciones, no solo se están reactivando en este presente, las heridas del pasado, sino que también se está perturbando la memoria histórica del pueblo armenio en el devenir.
Desde el punto de vista psicoanalí­tico, las consecuencias de la negación del Genocidio Armenio nos hace pensar en la siguiente ecuación psí­quica: “si esos muertos no existieron, no podemos recordarlos, no podemos elaborar el duelo.” De allí­ la importancia por la lucha del reconocimiento Genocidio Armenio en la elaboración del duelo por nuestros muertos: las huellas del crimen no deben ser olvidadas porque es nuestro deber reintegrar los muertos no sepultos bajo el trabajo de la memoria.
Cuando nos enfrentamos a un acontecimiento trágico como el Genocidio Armenio, donde además se suma la ominosa carga de no haber reconocimiento por esos muertos, nos enfrentamos frente a un duelo perturbado en su elaboración.
Indudablemente, no se puede deslindar que la permanente negación del Genocidio Armenio por parte del Estado turco, desde sus comienzos hasta la actualidad, no haya contribuido en diversas consecuencias psí­quicas transmitidas desde lo transgeneracional a los armenios. Los modos de elaboración del duelo en cada descendiente armenio es particular e individual según su propia historia: algunos quieren olvidar como un cuerpo doloroso que quieren extirpar, en cambio para otros, el recuerdo es un deber y luchan con la memoria viva para que nadie se olvide de lo que pasó.

En este momento histórico, tan cercano al centenario del Genocidio Armenio, cuando vemos lamentablemente que se puedan llegar a tomar decisiones en ámbitos gubernamentales que pueden atentar contra la memoria, la verdad y la justicia del pueblo armenio, no podemos dejar de relacionarlo como consecuencia de un duelo perturbado en nuestros gobernantes.
La falta de reconocimiento del Genocidio Armenio por parte del Estado turco ha contribuido en la dificultad de nombrar a nuestros mártires, pero además, en algunos individuos puede manifestarse una herencia psí­quica muy especial que se ha transmitido inconscientemente desde lo transgeneracional: la culpa por haber sobrevivido.
Es desde la perspectiva psicoanalí­tica, que se puede comprender cómo una culpa inconsciente podrí­a ser la base de algunas acciones que resultan nefastas para Armenia: no merecemos recuperar nuestras tierras, ni debemos exigir justicia por el Genocidio Armenio, y como si el armenio fuese merecedor de su tragedia, cedemos y entregamos cada dí­a más.
Es necesario comprender que detrás de una postura de aparente indiferencia y de pérdida irreparable para Armenia, hay una constelación de motivaciones inconscientes en sus dirigentes que llevan a tomar estas decisiones.

Además, en esta situación protocolar, pareciera como si se hubiese trasladado en la mente del armenio, otra herencia psí­quica de tiempos inmemoriales: las condiciones asimétricas del poder que se ha padecido antaño.
Mientras el armenio no recupere su memoria y su historia, seguirá confundiendo el pasado con el presente. La historia se repetirá si no recupera su memoria colectiva y nuevamente seguirá otorgando el poder al victimario. Sin conciencia sobre lo que sucede hoy, el proyecto genocida de hace casi un siglo atrás, seguirá eterno a través del tiempo y se continuarán tomando las decisiones equivocadas que ponen en peligro nuestra historia.
Y es a partir de una identificación con el agresor, con su discurso, que se está perpetuando en el devenir, aquello letal que padecieron nuestros ancestros: estamos destruyendo a nuestro pueblo. Nos seguimos sintiendo ciudadanos de segunda categorí­a como sucedí­a con nuestros antepasados, sin igualdad, y con un poder superior que decide por nosotros, y que hoy también llega a aniquilarnos. Pero también, somos nosotros mismos que nos aniquilamos y nos destruimos entre hermanos hairenik como si fuésemos enemigos.
La agresión se vuelve contra uno mismo, desde el momento en que no se puede manifestar la ira contra el agresor y así­, se explica cómo en la historia Armenia se repite el odio entre los mismos descendientes armenios.
Resumiendo: el duelo perturbado, la falta de reconocimiento del Genocidio Armenio, el no haber podido nombrar a nuestros muertos, la culpa por haber sobrevivido, son elementos que confieren una gran complejidad al pensamiento armenio, llegando a atentar contra la memoria colectiva Armenia y que explican porqué hasta ahora, no hemos podido salir de nuestra minusvalí­a.

1 de Octubre de 2009.