El 24 de marzo se cumplen 38 años del inicio de la etapa más sangrienta que conociera la Argentina. El golpe de Estado que dio origen al autodenominado Proceso de Reorganización Nacional tuvo como sus exponentes más notorios al Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada y contó con la participación estructural de las fuerzas policiales y civiles. Si bien la violencia, la censura, las persecuciones y la injerencia de militares en la vida política no comenzaron el 24 de marzo de 1976, a partir de la fecha la Junta se atribuyó la facultad de cambiar el rumbo político y económico del país, en sintonía con el resto de América Latina. Toda resistencia política, social o cultural debía ser erradicada. Con los métodos más atroces no se buscaba poner fin a la “subversión” y restaurar la paz, sino dar inicio a un nuevo modelo de país. Las violaciones a los derechos humanos no se trataron de “excesos”, sino de un plan sistemático de aniquilamiento, tortura y saqueo. Y sus beneficiarios directos no fueron las “víctimas de la violencia terrorista”, ni los sectores empobrecidos por la espiral inflacionaria (que en 1975 llegó al 300%), sino quienes formaron parte del bloque dominante, que no se disolvió con el retorno de la democracia en 1983.
Para aquellos familiarizados con el genocidio contra el pueblo armenio perpetrado por el Estado turco, los paralelos son evidentes. El concepto mismo de genocidio, acuñado por el jurista Rafael Lemkin inspirado por el caso armenio, fue utilizado en varias y luctuosas ocasiones. La constitución de un enemigo, al que se lo culpa de todos los males que afectan a la sociedad, la suspensión de las garantías más elementales, la apropiación de menores y la consecuente negación del derecho a la identidad son parte de las políticas genocidas que se han aplicado en ambos procesos, como así también en otros contextos durante el último siglo. En cada caso, los factores fácticos de poder entendieron que los derechos humanos eran un escollo para desplegar sus proyectos. Y en ambos casos, las consecuencias de sus acciones aún hoy son visibles, todavía las Abuelas de Plaza de Mayo siguen buscando y encontrando a sus nietos, todavía hay armenios y armenias que se reencuentran con su verdadera identidad.
Es necesario recordar en esta fecha que el vínculo con el otro 24, el 24 de abril en Argentina no está dado solamente por la coincidencia en las prácticas genocidas sino también que existe una estrecha relación entre los avances frente a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura cívico-militar, y el reconocimiento del genocidio contra los armenios en los tres poderes del Estado argentino. A su vez, el caso del genocidio perpetrado por el Estado turco ha sido tomado como referencia por la justicia durante los juicios de lesa humanidad.Y el apoyo de los organismos de derechos humanos y de distintos sectores del arco político a la Causa Armenia fue imprescindible para realizar estos avances.
Además, el 24 de marzo no remite solamente al dolor por el recuerdo del golpe genocida, sino también a la lucha que desarrollan organizaciones de derechos humanos, sociales y políticas, y desde 2006 se instituyó como “Día Nacional de la Memoria, la Verdad y la Justicia” a través de la ley 26.085. En el mismo sentido, en 2007 se promulgó la ley 26.199 que declara el 24 de abril como “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos», en conmemoración del genocidio de que fue víctima el pueblo armenio.
Desde el CNA creemos que estos logros en materia de derechos humanos pueden peligrar si no existe la conciencia de que son parte de una lucha por el presente y por el futuro. Cuando el gobierno de Turquía intenta negar sus crímenes pasados y actuales, no sólo contra los armenios que residen allí sino contra los ciudadanos en general que pelean por una sociedad más inclusiva, lo hace en primera persona, dado que sus acciones permanecen impunes. Hoy los perpetradores de la última dictadura en Argentina, en función de los avances de la democracia, no se expresan con voz propia. Pero eso no implica que los intereses que impulsaron el golpe, y quienes se beneficiaron con sus políticas, se hayan desvanecido. Reconocer y enfrentar cada uno de los intentos de volver a imponer visiones maniqueas, en donde la violencia es la respuesta a todos los problemas, la economía es patrimonio de los técnicos, la participación juvenil en la política es un foco infeccioso y la militancia un sinónimo de corrupción, es parte constitutiva de la defensa de las conquistas en derechos humanos. Por eso repetimos, nunca más un genocidio, nunca más la indiferencia.